miércoles, 17 de junio de 2020

Las fotos de la cajita

De vuelta al confinamiento. No había más qué hacer que esperar a que terminara la pandemia.
La puerta de junto al baño la seguía hostigando, como durante las primeras semanas, pero ahora, sin trabajo, no podía dejar de pensar en esa puerta, en esa habitación.
Huir del fantasma de su madre en la vieja casa era suficiente como para lidiar también con esa habitación. Casi todo había estado en la buhardilla de la vieja casa, ahora también estaban las cajas de su madre.
A por ello.
Las primeras horas fueron difíciles. El anticuario de la calle de la Herradura recibiría feliz esos cacharros viejos. No hay peor cosa que ver morir a una madre, con impotencia, sin hospitales ni sanitarios que puedan ayudar. Ahora su ropa era lo único que quedaba. Claudia no empacó nada, no pudo. La veía en todo y no pudo. Una cajita pequeña, con una campiña en altorrelieve y la promesa de las mejores galletas de mantequilla de toda Francia. La abre: un puñado de fotos.
Hay algunas en sepia, pequeñas, también más recientes, de su graduación de la Universidad, de niña, y las del bautismo: en todas ellas, Claudia, como centro. A ordenarlas (maldito TOC).
Su madre y su padre, en el atrio de San Sebastián, su padre corre, y casi no alcanza a aparecer en la foto. Algunas después, un embarazo, un bautizo, una sonrisa que se diluye y ya no aparece más su padre. Las peleas vuelven. Los gritos, las promesas, las discusiones... en la adolescencia con su madre, y luego, la marcha a Toledo, que, estaba cerca, pero Claudia aprovechó para vivir unos años sola. Las fiestas de fin de año, sus cumpleaños fuera. Ninguna en casa. Cada foto fuera de casa. La última, del cumpleaños 76 en aquel restaurante.
A unir las fotos. Los de sus padres, su niñez, todo cronológicamente hasta las más recientes, que imprimió del móvil la semana pasada.
Ese hombre se hace más visible. En San Sebastián, con una barba hippie y melena de desobligado, y también en la plaza de toros, dos filas detrás de sus padres. Podría ser casualidad, pero también está al fondo en la iglesia y casi no se ve, pero sí es el mismo. ¿Mamá tenía un acosador? En todas las demás fotos también aparece, siempre atrás, sin ocultarse. No puede ser cierto. También nota algo, siempre mamá sonríe cuando él está, una sonrisa pequeña, disimulada, pero, en la Universidad, esa mirada, que ya le es familiar, ahí está, tras ellas, como en todas las fotos.
Cuando examina con una lupa que su madre tenía a mano, cerca de la Biblia, ve una delgada capa de papel liberándose de pegamento.
Con la secadora, cuidadosamente, retira el papel pegado:
"Tu hija, Claudia, en su primer día de escuela. Te extraño E.G." ¿Su padre era Xavier Eduardo Rivandeo M.?
Claudia intenta mantener la calma, pero cada foto tenía un mensaje así.
¿Quién es E.G? ¿Era su padre? ¿Aun vive?
Amplía la foto de siete años atrás, de su graduación universitaria, y lo ve claro: Ese hombre se despidió de ella, en la mudanza, cuando dejaba la casa meses atrás.
-Martita deja un vacío en nuestros corazones.
Ese abrazo se sintió tan bien. Ahora sabe por qué.

sábado, 6 de junio de 2020

Una mettā en cinco versos libres

I Dar lo que soy

Aprender a amarte
sí, eso quiero, lo imposible
querer no busco, como antes
no quiero quererte.

Soledad ¡oh soledad!
debía escucharte, maestra
solo callar y aprender
amarte y tomar tus regalos:
amarme en mi espacio
en mis gustos y mi ser
ser simplemente yo
no complacer a nadie,
ante nadie justificar
solo así puedo ser quien soy
quererme como soy,
lo que soy dar.


II Belleza infinita

Corta bellas flores: no las amas
quieres tomar esa belleza
tu egoísmo te hace matarlas
solo quererte es una bajeza.

Mira surge un pequeño brote
Un diminuto botón en una ramita
mostrará sus colores, crecerá
crecerá más, mira cómo se abre
contempla su belleza infinita.

Días y más días, marchita
irremediablemente,
poco a poco
y es parte de su belleza, secará
y si sabes observar, siempre habrá
botones, flores nuevas y marchitas
y de las marchitas, la semilla surge
la vida es renovación continua
siempre botones, flores y semillas
la belleza es efímera si la cortas
siempre hay belleza: es infinita
infinita ante los ojos que aman.

Ramo bello y muerto
muerto y artificial
aparente belleza
belleza muerta
no te quiero
es poseer
querer.

III Estar ahí

Amar es grande, es acompañar:
no limita, deja crecer
no crece para ti, crece para sí
no se marchita, renueva
se renueva, no es efímero
no es efímero, es real.

Tú, rosal casi silvestre,
siempre tendrás belleza
en los botones, inocencias
en las flores sin abrir, promesas
en las desplegadas, lo que todos admiran
en las que marchitan somos efímeros
en las marchitas, siempre una semilla.

Darás flores y se secarán
con botones y semillas
estar cuando se seque una ilusión
confortar cuando todo esté gris y frío
apoyar al botón pequeñito, verlo crecer
ser quien no te permita abandonar
aceptar una herida de una espina
y admirar la belleza de una flor.

IV Uno, siempre

Estar ahí si me necesitas
se superpone todo y nada
siempre está ahí
nunca se es definitivo
siempre es ahora
siempre es aquí
siempre es el mejor momento
nada hay absoluto.
el amor y la belleza son uno,
uno, siempre
uno y todo a la vez.

V Sé tú, sé libre

Brotas libre
crece por ti, para ti
florece y resplandece
marchita y perpetúate
todo es siempre
siempre sé libre
sé tú, siempre tú.

He de verte auténtica
en tus locuras y manías
con tristezas y melancolías
gozar belleza y encantos
acompañarte en la crisis
estar ahí, siempre para ti.

No un arreglo floral:
belleza efímera, artificial
engaños evidentes, lo normal
apariencias hermosas, nada mal
solo anhelo verte: un rosal en libertad


miércoles, 3 de junio de 2020

Martina

―¿Martina? ¿Dónde está mi gatita favorita?

Galante, orgullosa de su porte y moviendo la cola, sin prisa, se acerca, pero solo lo suficiente para hacerse ver, rodeando el recipiente vacío, sin dejar de ver a su humano.

Pepe no encuentra la forma de encargarse de Alejandro, ha sido un objetivo complicado y no está bien para su prestigio tener que huir, y menos, después de fallar, pero, ahora Martina quiere comer.

El silencio de la casa es absoluto. Martina no hace ruido al comer y la puerta cerrada de la habitación de su madre muerta ya no duele, de hecho, no dolió nunca. Apenas se había percatado del vacío. Hubiera sido un placer encargarse de Marta, como con Sonia y con todas las demás enfermeras, pero Lucas era el hombre para el trabajo. Ahora, sin su madre, sin Mónica y con la inquisidora mirada de Raúl sobre él, debía estar con pie de plomo.

Suena el teléfono. Martina se acerca y Pepe atiende la queja por la falta de atención. Su plato está casi intacto.

―¿Es seguro?

―Sí. Este número es seguro.

―Se descuidaron.

―Imposible.

―El chiclero los vio.

Casi lo muerde cuando cierra la mano, cuando le corta la llamada. Pepe se da a respetar con su trabajo, y ahora hasta se atreven a cortar la llamada.

Las cinco y media de la tarde; aunque quisiera, lo más seguro es salir temprano, el toque de queda está cerca. Llegar de día, cerrar el asunto. Muchos años en el negocio y apenas había tenido complicaciones, podía hacer casi cualquier cosa teniendo a un policía como vecino y le complacía saludarlo con la misma mano que había cortado la respiración a tantas personas, sin que apenas sospechara nada. A Raúl lo complacería más de otras formas, pero estaba Mónica, y a una amiga no se le quita el hombre.

―¿Pepe?

―¿Raúl? ―Se le hela la sangre en un segundo, y apenas puede disimular― ¿Cómo entraste?

―No estaba cerrado. Perdón, no acostumbro entrar así, de improviso. ¿Te pasa algo?

―No, estoy bien. Habré dejado mal la puerta. No importa. ¿Hace cuándo estás aquí?

―Acabo de entrar. Mira, no te quitaré mucho tiempo, Mónica te ha dejado algo. Hasta ayer tuve el valor de abrir su gaveta. Te quiero pedir perdón. He quedado como un idiota. Tenía celos, y eso que siempre supe que eras… sos… bueno, en fin… ya sabés lo que digo.

―¿Creíste que yo y Mónica? ¡Es ilógico! Siempre fui abierto.

―Bueno, yo tengo que ir al trabajo. Entro a las once a mi turno, pero tengo cosas que arreglar. Aquí está lo que dejó. También hay algo para Martina ―acaricia la cabeza de la enorme gata―. Cierro al salir.

Una cajita como de zapatos, como de sus zapatos, talla 35, y en su interior adornos en miniatura, una carta abierta, que, seguramente Mónica había sellado correctamente, sabiendo que sería leída y borraría cualquier duda sobre ella y él, y un sobre de Wiskas.

Pepe, con su fachada de gay nerdo se había salvado nuevamente. Debería ser suficiente para que Raúl lo dejara trabajar tranquilo. Un viudo no querría tener comunicación con un marica declarado. Eso lo esperaba y lo tranquiliza.

Llega a la casa de Lucas más pronto que lo esperado. Apenas sabe qué día es, la cuarentena es terrible para llevar el control del tiempo. Domingo, las campanadas de una iglesia cerrada se lo confirman.

La puerta de la casa de Lucas está violada. Alguien se tomó el trabajo de sacar todo, de tirar todos los libros y de vaciar hasta los muebles de la cocina. Conocía bien a Lucas. Había dormido algunas veces ahí. No podía saber qué buscaban, pero debía llevarse lo que lo relacionara con Lucas. Si aparecía después, lo devolvería.

El dinero que guardaba en el doble cajón ya no estaba. Todo el rinconcito de la computadora también desparramado en el suelo, y aun confía en que la memoria estaría en su lugar. Lucas no guardaba tantos recuerdos de sus trabajos, pero sí una o dos fotos, para cobrar, y muchas veces, de la portada de algún periódico. Esa memoria debía desaparecer. Alcanzó la viga y la despegó. Introdujo la micro sd en su bolsillo y estaba por salir, cuando vio una patrulla.

Salir sin ser visto. La mascarilla sería suficiente para que no lo identifiquen, pero debe salir ya. Si no hubiera sido por el calor insoportable, la muerte de la enfermera también hubiera quedado sin testigos. Maldito chiclero.

No hay tiempo. Cierra la puerta lo mejor que puede y se tira al suelo, detrás del sofá. Un olor intenso a sangre se introduce a su nariz cuando ve las luces reflejarse en la ventana y un charco bajo el mueble. Debe salir. Si lo hizo sin que la esposa de Lucas se diera cuenta, ahora también espera escapar por la terraza.

Los policías llaman a la puerta cuando se dan cuenta de la cerradura violada, se preparan para entrar, amartillan sus armas y advierten que ingresarán. Pepe agradece la cobardía y los protocolos de seguridad para agentes, y está en la terraza cuando los policías revisan la casa. En la cocina ha dejado unas ollas apoyadas en la puerta, que provocan ruido y le facilitan bajar por el balcón de la ventana de la entrada.

Recibe un mensaje en el teléfono.

“Termine el trabajo.”

Toma una gaseosa en la tienda mientras los curiosos se reúnen y puede ir hasta su automóvil sin llamar la atención.

Frente a su apartamento, la puerta abierta. Entra con precaución.

―¿Ha terminado el trabajo?

―Vengo de la casa de Lucas. Está saqueada.

―Lucas ya no está trabajando en este caso.

―¿Qué ha pasado?

―Solo termine lo que se le ha pedido. Nosotros entregaremos el maletín al cliente.

―¡Hola Pepe! ―Recuerda que ha dejado la puerta abierta.

―Raúl, ¿Cómo estás? ―Es mi vecino. Iré a cerrar la puerta.

Pepe toma del brazo a Raúl, le pide perdón por lo de Mónica y que cuide a Martina. Huye.


sábado, 11 de abril de 2020

Max


Después de empapelar cada poste y teléfono público en los alrededores había perdido toda esperanza. No podía reconocer que quizá sí tuviera razón su ex novio, pero no se arrepentía de cortarlo. Se atrevió a sugerir que, después de un mes, lo más seguro era que no volvería a ver a su perro, y que ahora debería comenzar a resignarse.
Luisa estaba sola en la habitación. Marcó, sin darse cuenta, el número de Paco y cortó de inmediato. Dos llamadas más y ahora dudaba contestarle. Tres llamadas después atendió.
--¿Lo hallaron?
--¿Qué?
--Si lo hallaron… a Max… vi que me marcaste.
--No. No me han dicho nada.
--Ya me había alegrado.
Luisa comenzó a buscar razones para finalizar la llamada, pero realmente necesitaba hablar con alguien, y Paco siempre tenía la palabra oportuna, o el silencio que ella quería para soltar todo lo que la oprimía, y ahora recordaba que el último mes pasó todo el tiempo libre que le dejaba el trabajo, buscando a Max, que le llevaba fotocopias del afiche de Max y que incluso tuvo la ridícula idea de hacer uno con letras de vaqueros y ofrecer recompensa con el mismo estilo. Calló demasiado tiempo. Paco insistía con un hola, estás ahí…
--Sí, solo estoy demasiado cansada.
--Has estado muy estresada. No es bueno.
--Paco. Ya sabes lo que pienso de todo esto.
--Gordita bella… perdón… Luisa… no me acostumbro, perdón. No voy a eso. Solo digo que estás muy estresada.
--Intentaré dormir. ¿Hablamos mañana?
--Sí, buenas noches.
Luisa decidió salir de las redes sociales para que Paco no creyera que seguía despierta. No quería aparecer conectada, y se dijo que no debería importarle, pero dejó el teléfono por un lado. En poco tiempo estaba durmiendo cruzada sobre el edredón.
Su mamá entró a la medianoche, la despertó y le ayudó a hacer la cama.
--También crees que no encontraré a Max… lo puedo ver.
En realidad, no podía reconocer que era lo más seguro, y esperaba que su madre la convenciera de su error.
--Lo encontraremos. Ya es medianoche, nena, si quieres tener energía mañana, debes dormir.
Recordaba eso. Cuando Ayudante de Santa murió le dijo lo mismo. Entonces tenía diez y el perro mestizo era marrón y flaco como el tonto perro de los Simpson. No, Max no podía estar muerto.
No tuvo noticias de Paco en tres días. Sí le hacía falta en las largas horas recorriendo calles en el carro gritando el nombre de su Max, pero, si no tenía tiempo para ella, bien por él.
El próximo domingo esperaba que su hermano tuviera tiempo para hacer una búsqueda por algunos parques. No le dijo nada para que no se negara. Solo esperó a las nueve. Bajó lista para caminar. Si no tenía compañía, iría sola.
--Luisa. Te tengo una noticia.
Paco, su mamá y su hermanita estaban en la sala.
--No. No quiero saber nada.
--Tenemos que afrontar esto.
--No, Paco. Mi Max está bien, asustado y perdido, pero lo encontraré.
--Lo encontré. Fue a dar a un albergue hace una semana. Ya está bien. Se recupera.
--Un albergue. ¿Está vivo? ¿Está bien?
Le mostró fotos de un perro que no era su Max. Parecía un estropajo de mecánica, estaba entablillado, desnutrido y casi muerto. Lloró y Paco no quiso acercarse. Fue su hermanita quien le dijo que estaba bien, que se recuperaba en una veterinaria, que Paco lo había encontrado y no le dijeron nada porque tres noches antes estuvo a punto de morir.
--¿Por qué? ¡Merecía saberlo!
--Fui yo quien tomó la decisión.
--Mamá. Debía estar con Max. Me viste buscándolo.
--Ahora está a salvo, sin riesgo. Sí, debías saberlo y le dije a Paco que si no había esperanza, te despedirías, pero, era mejor que no lo vieras sufrir.
Luisa abrazó a Paco y la llevaron al hospital veterinario.
--Maxi… ¿Por qué saliste? Estoy segura que te dejé en la casa. Travieso. Me has asustado.
La semana a cuenta de vacaciones de Paco terminó y llevaron a Max a terminar la recuperación en casa.
Mientras miraban a Max intentar caminar después de estar inmovilizado tanto tiempo, Luisa apretaba la mano de Paco.

jueves, 9 de abril de 2020

Recuperando las fuerzas


--¿No quieres hablar de lo de ayer?
--No tengo nada qué decir.
--Pero has estado en el lago con Francine mucho tiempo. Sabes que no es bueno que un hombre casado dé motivos a las malas lenguas. La señora O'Billins me ha dicho en el desayuno que la madre de la señorita no la reprendió en público por no avergonzarla.
--No veas más de lo que hay. Quería su punto de vista sobre la novela que estoy trabajando. Es una gran lectora.
--Solo digo lo que me han dicho.
Sí, necesito hablar de esto, pero Judith es amiga de Elizabeth y la carta iría en el correo expreso hoy mismo. Prefiero guardar silencio mientras puedo dejar sin mayor repercusión este asunto.
Hace un tiempo estoy fuera de la ciudad y me ocupo de los negocios desde aquí sin dificultad, salvo cuando alguien viene de visita, y debo ser anfitrión antes que crítico literario. Judith se ha comprometido a llevar mi último trabajo, y ahora debería estar terminando de eliminar ese tono satírico que tiene, pero no encuentro la forma de no burlarme de un texto tan mal logrado. El señor Robertson está perdiendo el buen ojo como editor y espero que no sea tarde para evitar que llegue a la imprenta esta novelita.
He regresado de la estación del tren y le he asegurado a Judith que todo es una confusión, y que lo aclararía, si tenía oportunidad de hablar con Francine y su madre de nuevo, pero tengo demasiado por leer y casi estaré recluido en el estudio.
Elizabeth supo lo del lago demasiado rápido. No podía esperar menos. Tres días después he recibido la carta de Robertson. Judith agregó mucho, y ahora tengo una segunda carta de Elizabeth.
“Querida Elizabeth:
Te hice un juramento de fidelidad que solo se puede romper cuando Nuestro Señor nos lleve a su presencia. Tus palabras son solo el resultado de la mala voluntad que otras personas tienen en nuestra vida.
Mi salud ha mejorado mucho y el aire del campo ha restablecido mis pulmones como el doctor lo predijo.
Pronto podremos estar juntos nuevamente.”
Francine lee la carta y me recomienda escribirla de nuevo. Tiene razón, es muy parca y fría. Al regresar me ocuparé de eso. Hace una tarde hermosa y no quiero perder tiempo. Doblo el papel y sigo remando mientras Francine sonríe.

domingo, 8 de marzo de 2020

Guerra doméstica


-¿Sabes que la gente miente cuando dice "Adiós"?
Ella siempre tenía una palabra oportuna cuando se trataba de iniciar una polémica con su religiosa madre.
-No quiero que comiences. Quiero comer en paz y es mejor que comas en silencio. Si quieres pelear, ve con los hippies de tus amigos.
-¿Hippies?
-Sí, tus locos amigos que te están metiendo babosadas en la cabeza. Mi hija no se atrevía a cuestionar a su madre, ni a la Iglesia, y ahora, hasta atea te volviste.
-Soy agnóstica, que es distinto.
-Mientras no seas cristiana, no sos ni mierda. Mirá que ya me hiciste decir una vulgaridad.
Para Beatriz, la rutina de todas la mañanas. Muchas veces pensó en dejar de desayunar, o de hablar de lo bonito del clima del verano o de las lluvias de la tarde, o de cualquier cosa neutral, para evitar enojar a su madre, pero no podía dejar de meterse en problemas. Simplemente no podía evitarlo: era sentarse y ya estaba peleando.
No sabía ni siquiera qué más diría, para continuar con lo que había iniciado, pero ya el estado de guerra era total. No era ya necesario que dijera nada más.
En la universidad pasó callada, en una banca de concreto, viendo gente pasar, y se cuestionaba si era necesario hablar con las personas, o si en algún momento le haría falta tener una verdadera conversación con algún ser humano. En las clases veía cómo sus compañeros intentaban socializar en lugar de estudiar, y aunque no podía argüir una superioridad estudiantil, porque prefería dibujar garabatos que su subconsciente le dictaba, no consideraba una falta de respeto hacia el aburrido docente dibujar, como sí era el hablar con el compañero de la par. Se dio cuenta de que las redes sociales eran aburridas, después de que sus casi trescientos "amigos" compartían y reenviaban los mismos memes, sin que hubiera nadie con la originalidad necesaria para crear contenidos propios. Cuando terminó de pensar en esto, ya había terminado la clase y un compañero la veía con desesperación porque ella extendía las piernas hacia el frente y no permitía a la fila fluir.
En el bus de vuelta todos los que podían se quedaban atrapados en las pantallas de sus móviles y nadie vio a la mujer que se subió, robó dinero y otros objetos en su paso por las filas, hasta que bajó.
Estaba feliz de llegar a casa y hablar con su madre. No había decidido si era mejor hablar del Papa, o de la basura que dejaban los cucuruchos en las calles.

Pantanero

Pantanero

-¿Has encontrado una razón para esta locura?
No había ninguna, y cuando se iba más profundo en su mente no hallaba ninguna esperanza de detenerse.
-No podemos seguir así, simplemente es ilógico que nos internemos más. Nos alcanzarán.
Un par de días después encontraron los policías, flotando, lo que quedaba de un uniforme, y, sin demasiados rodeos, un dedo, que coincidía con el el segundo. No había más que eso, sólo un buzo suicida intentaría nadar en las aguas del pantano para buscar los cuerpos putrefactos de dos mal vivientes sin más oficio que atender mal una tienda de empeño de mala muerte, y que habían tenido la suerte de encontrarse a su víctima desesperada por un poco de dinero.
Con el dinero que obtendrían por las joyas robadas podían cambiar su vida para siempre, pero, en aquellas condiciones, no se tenía ninguna esperanza de encontrar lo robado en ese pantano.
-Haremos un rastreo rápido para descartar la fuga, pero es sólo rutina. Intentar encontrar huellas o signos de lucha para que salgamos de este maldito pantano con luz de día, no quiero que me sigan comiendo los zancudos, así que apresúrense.
Tal como lo esperaba, pronto llegaron a una lodosa saliente, en la cual uno a uno, varios cocodrilos lucharon con los ladrones hasta que las fuerzas para vencer a las bestias no fue suficiente. El barro evidenciaba el trabajo de los cocodrilos para llevar los cuerpos al agua, y, a juicio del inspector a cargo, era suficiente para cerrar el caso y regresar a la carretera antes que el silencio y la oscuridad fueran un verdadero peligro porque cuando una bestia come hombre le toma gusto a la carne humana, y él era grueso y carnoso.
Con las joyas perdidas y la evidencia de la muerte de los ladrones, no necesitaban más pruebas. Si alguien intentaba encontrar lo que de los cadáveres dejarían los cocodrilos, sólo sumaría alimentos a las reservas de los depredadores.
En la noche un hombre caminaba, apenas iluminado por una débil lámpara de mano, entre el pantano, con la tranquilidad que da la impunidad de la sangre ajena bien derramada y el dinero que nadie reclamaría. Ahora sólo debería permanecer oculto unos días y comenzaría a disfrutar de una vida de lujos, siempre que nadie se entrometiera y se cuestionara cómo un sucio y maloliente pantanero podía permitirse la vida que esperaba tener. Medio millón era más de lo que él vería junto en toda su miserable vida.
Ahora recordaba, en su refugio improvisado, cómo se tardaron los cocodrilos en aparecer en la orilla, cómo casi se descubría su plan, y no fue tan difícil lograr arrancar los dedos tatuados cuando imploraba por ayuda.

domingo, 9 de febrero de 2020

Parásitos

Dudamos que aquel fuera el mejor lugar para migrar. Quedaba más cerca, y ahorraríamos unas cuantas generaciones, pero habíamos visto cómo esos parásitos destruían todo lo que encontraban a su paso y no se detenían hasta eliminar cualquier forma de vida, y después, continuaban en un macroorganismo nuevo.
Los parásitos siempre hacían eso, y cuando sugirieron que nos presentáramos con nuestras formas, cuando extrajimos muestras genéticas para analizar su forma de vida y en las constantes misiones de exploración, nos encontramos con una avanzada sofisticación de adaptación de su entorno, supimos que sería una imprudencia caer en ese error.
Comenzamos a trabajar en los equipos de sobrevivencia biológica, y fui uno de los afortunados elegidos para el programa de colonización, lo que me facilitó encontrarme con los parásitos en mejores condiciones para examinar sus formas de vida y socialización. Mi primer transporte biológico me desagradó mucho, porque debía estar en más contacto con el asqueroso entorno vital de los parásitos, pero no tenía el rango que ahora tengo, que me permite comandar la cuarta fase de la colonización.
Los transportes biológicos no han cambiado mucho, salvo en la mejora de la protección ante elementos tóxicos, que se incrementan de manera exponencial, en especial en esta última fase. Afortunadamente, han logrado encontrar una forma de erradicar a los parásitos sin afectar el sistema vital general, y ahora estamos sólo esperando el momento para iniciar el exterminio y el saneamiento. No será fácil, porque el daño es casi irreversible para algunos entornos, pero, los agentes en el campo han mostrado mucho optimismo al observar la recuperación de los entes biológicos y su propio medio, una vez los parásitos se retiran.
Los experimentos realizados en los terrenos kársticos han sido exitosos. Después de una masiva destrucción del entorno y una proliferación de los parásitos, la recuperación fue total en muy poco tiempo, y aún los más grandes vestigios de la presencia parásita se han quedado cubiertos por una densa multitud de entes biológicos vegetativos y móviles, así, que aún ahora podremos recuperar el ecosistema completo.
Los parásitos no son capaces de detectar los agentes exógenos insertados para su estudio más minucioso, y eso nos ha dado tiempo. Todo el equipo científico está listo, pero entre los agentes de campo hemos debido excluir a algunos por crear lazos con los parásitos.
A la Tierra, mi madre adoptiva: estamos listos para sanearte de parásitos humanos.

Desdichadas

-De todas seré yo la más desdichada. Ha debido marcar mi futuro la  perpetua deshonra y, de todos los hombres de este decadente mundo, mi tez y mi porte, la gracia y la belleza, mis penas impuestas, me han dado al más brutal y demente marido.
-Señora, es mejor que no siga. No aquí, no resista a mi mano, confiar no podemos en los oídos de estos guardias leales... y le susurro ...al tirano, a su demente marido.
-No tengo más que perder que mi vida y ya no vale nada.
-Sigue siendo la dueña de todo. Es mejor que me siga, así que le ruego comience a caminar conmigo a donde sus palabras no me condenen. Yo no soy nada, pero sí una sustituta para vengarse de la dueña de todo.
-La dueña de nada: de un desierto que fue océano y de desnudas montañas que bullían de vida y verde.
-Usted es afortunada y no ve el hambre, la sed o la lucha para ver de nuevo la luz después de la noche.
-Mi vida es la noche. Tampoco conoces el hambre, la sed o el frío y la muerte, y eso es gracias a mí, que te protejo con mi manto teñido con la sangre de estos infelices.
-Mi señora, soy viuda de un miliciano del Salar, y tampoco temo hablar. Con dieciséis me trajeron cargada de cadenas, como un regalo a su madre.
-¿El destino nos hermana? ¡Dime Alba y no señora, mi hermana!
-He podido vengar con su sangre la de mi padre y mis hermanos, las de mi marido, y no he podido.
-No has querido, hermana Marcela, porque me ves también esclava y entregada contra mi voluntad, mis cadenas son tan pesadas como las tuyas y además, debo sonreír y ser una reina, cuando quiero llenar de su sangre esta cama.
-Nada la detiene y tiene también mis dos manos, si las suyas no son suficientes o tiemblan en el momento más inoportuno.
-Al fuego, mi amante prohibido fue condenado. Si tus palabras tienen la mitad de la verdad que tus obras han demostrado, tendré la fuerza para tomar este reino de sol ardiente y noches congeladas y nuestras venganzas estarán  completas.
-Desliza la muerte mi señora Alba, lentamente, que nadie te señale, poco a poco, en su grotesca bebida.
-Desde ahora eres mi consejera y luego, gran magistrada, por tu palabra acertada.

sábado, 8 de febrero de 2020

Ira divina

Pudo salvarse de la inundación, de la inesperada marejada que arrasó el pueblo sin apenas dar tiempo a unos pocos, de escapar.
No había comido casi nada en dos días. Caía del cansancio y la pierna herida se arrastraba penosamente pesar de la improvisada muleta, pero debía intentar regresar y buscar a su familia, aunque en el fondo sabía que la muerte era implacable en el mar y, si creían que estaban a salvo, la gran embarcación en el techo de una casa pequeña a tres calles de los muelles era solo una de las muchas que usaron los dioses para entrar por las almas y arrastrarlos a la inmensidad.
No reconocía la calle en que se encontraba, y, buscando con más cuidado, identificó las ánforas rotas en miles de pedazos del mercante de vinos. De los edificios no quedaba nada por encima de los cimientos. Todo estaba esparcido.
Su casa quedaba cerca del palacio, pero la gran residencia real, en que grandes fiestas celebró el príncipe coronado como rey, el majestuoso edificio de roca y mármol, no estaba.
Su padre estuvo cerca de la tragedia. El Rey pasó de una larga agonía a una muerte esperada y anticipada por muchos en pocos días, y el heredero fue atacado una noche en el Palacio, sin que el disoluto príncipe hiciera nada para evitar que el guardia culpable se suicidara en su casa. Le dio tiempo para escapar y despedirse de los suyos, a quienes mató antes de ensartarse la espada en el vientre.
El inmaduro príncipe se dedicó a las fiestas y nombró consejeros a sus más cercanos. Su anciano padre permaneció algunos meses, hasta que, persuadido por la pasión, fue enviado lejos y sustituido por un joven libertino decidido a hacer lo que fuera necesario para alcanzar la magistratura.
Las fiestas fueron en aumento, y pronto se encontró el nuevo Rey borracho de caricias de sus consejeros y del vino que fluyó como de un manantial.
Una de las últimas fiestas llevó al ministro a dar dos pasos de más en un barco, y nadie pudo rescatarlo del mar.
El luto que no guardó por su padre ni por su hermano se volcó en el Magistrado y los dioses fueron desterrados y su culto, abolido. El nuevo dios era el Rey, ahora sombrío y sanguinario.
No pudo quedarse mucho más. Los dioses hacían temblar la tierra. Debía salvarse.

viernes, 31 de enero de 2020

Misioneros

Al internarse en el gran desierto tuvo poca suerte. En el carguero que encontró apenas podía resguardarse del sol, pero el calor era sofocante. No encontró ninguna forma de vida que pudiera comer o beber y tuvo que continuar sin abastecer sus pocas provisiones. Un marinero muerto le regaló un impermeable con un agujero de bala en la espalda, que le hacía mucho bien para sobrellevar el sol del salar en que ahora caminaba.
Comenzó a ver una nube blanquecina que se alzaba sobre la ardiente superficie y no tenía a dónde huir. Tampoco podría defenderse si se trataba de nómadas antropófagos, pero preparó su rudimentaria espada oxidada y vio que tenía tres balas disponibles. La última sería para él mismo si se veía perdido.
-¡Eh peregrino! ¡Somos misioneros de la Gran Madre!
-¿Misioneros? ¿Qué pueden hacer misioneros en este desierto? Aquí ya no hay nada que su Gran Madre pueda hacer por nadie. Todo ha muerto.
-Siempre hay vida.
-Usted vive y nosotros también. La Gran Madre está en nosotros y en aquel pequeño lagarto.
El misionero señaló una pequeña roca, apenas lo necesario para que un minúsculo reptil se escondiera.
-¡Qué envidia siento de esa bestezuela! ¿No les parece una ironía que sí podrá sobrevivir y nosotros estamos casi extintos?
Los misioneros vieron el cielo, completamente vacío y dieron una mirada por todo el blanquecino y árido lecho desértico. Quedaron absortos durante demasiado tiempo.
El hombre continuó. Poco faltaba para que el sol le cocinara la piel y tatuara sus mejillas de un rojo profundo.
-Quédense ustedes aquí. Yo no necesito morir deshidratado en este maldito lugar.
Dio un paso y comenzó a crujir el suelo bajo sus pies. Sin dudarlo un momento corrió, pero los pesados camellos estaban inquietos y agrietaban más la superficie. Cayeron todos al interior de un barco que, décadas antes, habría naufragado. Escuchó su pierna también crujir, y de inmediato, la intensidad de un punzante dolor lacerando todo su cuerpo.
Los misioneros estuvieron junto a él durante tres meses. Le dijeron que la Gran Madre les había ordenado partir al suroeste cinco días antes, y que sabrían a quién buscaban cuando las fauces del salar mostraran su furia. A fuerza de su constante presencia en aquel lugar, que resultó confortable por contener una cavidad fresca y algunas cuantas presas para medianamente sobrevivir, se unió la voluntad absoluta de la Gran Madre.

Las fotos de la cajita

De vuelta al confinamiento. No había más qué hacer que esperar a que terminara la pandemia. La puerta de junto al baño la seguía hostigando,...