miércoles, 17 de junio de 2020

Las fotos de la cajita

De vuelta al confinamiento. No había más qué hacer que esperar a que terminara la pandemia.
La puerta de junto al baño la seguía hostigando, como durante las primeras semanas, pero ahora, sin trabajo, no podía dejar de pensar en esa puerta, en esa habitación.
Huir del fantasma de su madre en la vieja casa era suficiente como para lidiar también con esa habitación. Casi todo había estado en la buhardilla de la vieja casa, ahora también estaban las cajas de su madre.
A por ello.
Las primeras horas fueron difíciles. El anticuario de la calle de la Herradura recibiría feliz esos cacharros viejos. No hay peor cosa que ver morir a una madre, con impotencia, sin hospitales ni sanitarios que puedan ayudar. Ahora su ropa era lo único que quedaba. Claudia no empacó nada, no pudo. La veía en todo y no pudo. Una cajita pequeña, con una campiña en altorrelieve y la promesa de las mejores galletas de mantequilla de toda Francia. La abre: un puñado de fotos.
Hay algunas en sepia, pequeñas, también más recientes, de su graduación de la Universidad, de niña, y las del bautismo: en todas ellas, Claudia, como centro. A ordenarlas (maldito TOC).
Su madre y su padre, en el atrio de San Sebastián, su padre corre, y casi no alcanza a aparecer en la foto. Algunas después, un embarazo, un bautizo, una sonrisa que se diluye y ya no aparece más su padre. Las peleas vuelven. Los gritos, las promesas, las discusiones... en la adolescencia con su madre, y luego, la marcha a Toledo, que, estaba cerca, pero Claudia aprovechó para vivir unos años sola. Las fiestas de fin de año, sus cumpleaños fuera. Ninguna en casa. Cada foto fuera de casa. La última, del cumpleaños 76 en aquel restaurante.
A unir las fotos. Los de sus padres, su niñez, todo cronológicamente hasta las más recientes, que imprimió del móvil la semana pasada.
Ese hombre se hace más visible. En San Sebastián, con una barba hippie y melena de desobligado, y también en la plaza de toros, dos filas detrás de sus padres. Podría ser casualidad, pero también está al fondo en la iglesia y casi no se ve, pero sí es el mismo. ¿Mamá tenía un acosador? En todas las demás fotos también aparece, siempre atrás, sin ocultarse. No puede ser cierto. También nota algo, siempre mamá sonríe cuando él está, una sonrisa pequeña, disimulada, pero, en la Universidad, esa mirada, que ya le es familiar, ahí está, tras ellas, como en todas las fotos.
Cuando examina con una lupa que su madre tenía a mano, cerca de la Biblia, ve una delgada capa de papel liberándose de pegamento.
Con la secadora, cuidadosamente, retira el papel pegado:
"Tu hija, Claudia, en su primer día de escuela. Te extraño E.G." ¿Su padre era Xavier Eduardo Rivandeo M.?
Claudia intenta mantener la calma, pero cada foto tenía un mensaje así.
¿Quién es E.G? ¿Era su padre? ¿Aun vive?
Amplía la foto de siete años atrás, de su graduación universitaria, y lo ve claro: Ese hombre se despidió de ella, en la mudanza, cuando dejaba la casa meses atrás.
-Martita deja un vacío en nuestros corazones.
Ese abrazo se sintió tan bien. Ahora sabe por qué.

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