Hasta ahora todo había sido una tortura indecible en su vida. Tenía cincuenta y había arruinado
dos matrimonios, sus hijos no lo llamaban y vivía en un cuarto miserable
sobrevalorado. La cuenta del gas estaba en la mesa y la arrojó al suelo cuando
deslizó por su cuello la fibrosa cuerda.
-Mierda -dijo cuando sentía la rudeza de la fibra. El empleado
de la ferretería le había asegurado que de aquella cuerda podía colgar un
auto compacto sin dificultad, pero dolía cuando se apretaba el nudo.
Llamaban
a la puerta.
El
cuello le ardía, pero sus pies estaban sobre la mesa. Intentó voltearla, pero
no llegaba a la orilla.
-Abra
-su casero insistió, tocando la puerta.
El nudo
apretaba y no le salían las palabras. Sus pies buscaban el extremo de la mesa.
-Lo
oigo. No me tome por estúpido.
-N...
no... Pu...e...
-Está
borracho de nuevo. ¡Tiene para guaro y no para pagarme!
Introdujo
la llave, pero el pasador, por dentro, crujía cuando la podrida madera era
azotada.
Consiguió
tirar la mesa. Ahora crujió la viga y cayó. Su casero rompió la madera del
pasador.
-Espero
que pueda con el gasto de la reparación. ¡Viejo mierda!
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