jueves, 9 de enero de 2020

La nota humana

Hace 15 años trabajé en un periódico. Hay cierto morbo inevitable, o acaso, la proximidad con la muerte y el dolor ajeno van curtiendo la sensibilidad del periodista.

Día 9


En todos mis años como periodista había perseguido una verdadera historia humana, pero, para ésas hay que estar atento, y en el lugar preciso. No lo llamo suerte, pero sí lo es.
El gran terremoto del 23 fue algo que no se esperaba. Nadie piensa en terremotos. La media tarde fue interrumpida de pronto por una sacudida de 6.7 grados. Hacía ejercicio antes de entrar al turno de velada en el diario. Los árboles se sacudían como cuando entra una tormenta en la bahía, pero el viento vino después.
Como pude, conseguí llegar a mi apartamento. No tenía algo parecido a la maleta de las 48 horas, pero sí mi ordenador, la cámara de vídeo casera, una muda de ropa y algunos documentos en el maletín para el trabajo.
Estaba completamente inhabitable el edificio. La puerta, fuera de su quicio y debía derribarla para entrar. No tenía mucho de valor. Busqué documentos bancarios y dos o tres cosas de metales preciosos. Si saqueaban el edificio, no encontrarían nada más en mi mi apartamento.
No funcionaba el transporte público. En media hora llegaría si tenía suerte.
A las 3:22, el buen Dios nuevamente agitó la ciudad. Tenía la cámara de vídeo en la mano. Hay cierto morbo en la curtida vida de un periodista.
Cuando terminó el sismo, me descubrí tomando fotografías con mi móvil en lugar de ayudar. Me sentí mal. Seguí fotografiando las ruinas.
En la Universidad había hecho trabajos en la Hemeroteca y mucho de lo que sabía de sismos venía de infografías. Las réplicas eran más leves, pero parecía que se había decidido a demoler todo.
La vi. La tierra temblaba con cada paso, pero ella no se detenía. Destruiría todo el mundo con tal de llegar. No tenía más que unos veinticinco años, era menuda y corría desesperada a unas ruinas.
Con sus manos desnudas comenzó a sacar enormes fragmentos de hormigón y bloques. No pude quedar inmóvil.
Mis manos sangraron pronto, pero me avergonzaba de ver que ella sí seguía y no me detendría.
-¡Mamá!
Aquel grito le dio más energía, y acaso, también a mí. Ya teníamos ayuda.
Me alejé un poco, conseguí limpiar el lente de la cámara de vídeo y tomé unas fotos de la madre sosteniendo a su pequeño. Me agradeció. Iría muy bien en las primeras páginas del diario. Una noticia de impacto.

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