jueves, 9 de enero de 2020

Princesa

He estado un poco atrasado con mis narraciones diarias. La del día siete viene a continuación.

Agradezco su tiempo de lectura

Sus años de juventud fueron buenos, más de lo que otros podían imaginar. La casa estaba en una urbanización de clase media, sin pretensiones de grandeza, pero sin delincuentes vendiendo drogas en las calles. No muchos conocían el interior. Había estado alquilada a un mecánico, y el amplio parqueo tenía una pared alta y en la sala, las herramientas. El resto estaba resguardado con paredes de madera rústica. Cuando se mudaron, el regreso a la habitabilidad fue duro, pero también significó un buen descuento en el alquiler.
-¿Lo de siempre?
-Sí, por favor.
-Listo, veinte libras. Le agregué algo de hueso, de cortesía, Alma.
El carnicero era uno de los que más se alegraban con mi visita diaria. Prefería ir cuando no había mucha gente.
Se habían mudado por el desafortunado accidente de uno de los vecinos ladrones de poca monta que entraron de noche a la propiedad. El carnicero le caía bien. No hacía preguntas, y de cuando en cuando, adicionaba un poco de grasa o huesos al pedido normal.
Todas las mañanas, Alma salía a trabajar al colegio. Tenía dieciséis niños de preescolar a su cargo y era amorosa y dedicada. Usaba un pequeño Ford noventero, no tenía novio y no se quejaban sus vecinos de ella, ni de su madre, salvo cuando tenía alto el volumen de la música, pero eran pocas veces.
-¿Así que quieres venir a casa?
(Dile que no, no está la jaula lista) Alma susurraba para que no oyera su tía.
-¿No prefieres que nos encontremos en McDonalds? Ajá... sí, no quiero que te compliques la vida... sí, hermanita, está bien, nos veremos.
-Madre, no habrás pensado en traerla a la casa. Sabes el estrés que le provoca a Princesa los desconocidos.
-Es mi hermana.
-Lo sé, pero no quiero que mi Princesa tenga estrés, hasta que no terminen de arreglar los papeles de la herencia de papá, tenemos que vivir hacinadas.
Mientras acariciaba la suave pelusa de Princesa intentaba convencer a su madre de la inoportuna visita.
-Enciérrala.
-No, cuando entro el carro, sí, es cosa de minutos. Ella se tarda mucho, habla por los codos.
-Que se quede en tu cuarto.
-Lo intentaré.
La tigresa Princesa se paseaba por la sala la tarde siguiente. Alma hubiera pagado por una foto de su tía encerrada en la jaula, pero su madre no la perdonaría. La próxima vez sí iría a McDonalds.

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