jueves, 30 de enero de 2020

No es tu hora

Nadie podría asegurar que había muerto; incluso podría asegurar que sólo dormía una siesta larga. Él había trabajado antes con cadáveres desde adolescente. Ahora estaba devastado.
Una lágrima en su mejilla cuando, tijera en mano, duda de cortar. La ropa de hospital siempre era desechada, no quería hacer su trabajo. Apenas horas antes le sostenía las manos y prometía que todo estaría bien, saldría del hospital y aprovecharían los últimos días de las vacaciones en el lago.
-No puedo, papá.
-Sí puedes. Debes hacer el trabajo ahora. Si ahora no puedes, cuando realmente quieras a alguien será imposible, y puede que sólo tú estés para embalsamar el cuerpo.
-Sí la quería. Nos casaríamos el otro año.
-Has vivido muy poco para sostener eso. Ahora ve. Si realmente la quisiste, sabrás que el último acto de amor es ante un cuerpo inerte.
-Por Dios... No me hagas eso. Puedes suplirme y te juro que haré lo que me pidas sin chistar una palabra.
-Si yo lo hago, tú me sustituirás, si es necesario, con tu mamá.
-Estás abusando de tu posición, papá. Es demasiado lo que me pides.
-Aún así, sabes que te tocará trabajar cuando nosotros faltemos.
Su padre calló, esperando una reacción que no llegó. Apenas alcanzaba los veintiocho años, pero estaba ya experimentado en la funeraria, sólo dio la vuelta. Regresó y la vio por última vez.
Preparó todo el instrumental y, profesional, realizó la necropsia, embalsamó el cuerpo y se aseguró que el maquillaje fuera de su gusto. Estaba realmente hermosa. Tenía una buena mano.
La familia de su novia le agradeció cuando la entregó, con la mejor ropa que encontraron, hermosa y radiante, quizás más que nunca había estado.
Cuando limpiaba el área de trabajo y lavaba los instrumentos la vio frente a él. Todos dejaban algo más en la morgue, y no sería la primera vez que veía a su último cliente, pero, con ella era diferente.
-Siempre fuiste el mejor.
-No debías irte.
-Ya me esperaban. Te lo dije, no me quedaba mucho tiempo.
-Pronto estaremos juntos.
-No, le pregunté y me dijo que te faltaban décadas.
-Es mi decisión.
El muchacho entreabrió los ojos horas después. La luz era intensa y blanca.
-No es tu hora. Duerme. Nos veremos luego.
Su padre lo encontró desangrándose y consiguió detener la hemorragia antes de que llegara la ambulancia. Lo dieron de alta tres días después.

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