sábado, 8 de febrero de 2020

Ira divina

Pudo salvarse de la inundación, de la inesperada marejada que arrasó el pueblo sin apenas dar tiempo a unos pocos, de escapar.
No había comido casi nada en dos días. Caía del cansancio y la pierna herida se arrastraba penosamente pesar de la improvisada muleta, pero debía intentar regresar y buscar a su familia, aunque en el fondo sabía que la muerte era implacable en el mar y, si creían que estaban a salvo, la gran embarcación en el techo de una casa pequeña a tres calles de los muelles era solo una de las muchas que usaron los dioses para entrar por las almas y arrastrarlos a la inmensidad.
No reconocía la calle en que se encontraba, y, buscando con más cuidado, identificó las ánforas rotas en miles de pedazos del mercante de vinos. De los edificios no quedaba nada por encima de los cimientos. Todo estaba esparcido.
Su casa quedaba cerca del palacio, pero la gran residencia real, en que grandes fiestas celebró el príncipe coronado como rey, el majestuoso edificio de roca y mármol, no estaba.
Su padre estuvo cerca de la tragedia. El Rey pasó de una larga agonía a una muerte esperada y anticipada por muchos en pocos días, y el heredero fue atacado una noche en el Palacio, sin que el disoluto príncipe hiciera nada para evitar que el guardia culpable se suicidara en su casa. Le dio tiempo para escapar y despedirse de los suyos, a quienes mató antes de ensartarse la espada en el vientre.
El inmaduro príncipe se dedicó a las fiestas y nombró consejeros a sus más cercanos. Su anciano padre permaneció algunos meses, hasta que, persuadido por la pasión, fue enviado lejos y sustituido por un joven libertino decidido a hacer lo que fuera necesario para alcanzar la magistratura.
Las fiestas fueron en aumento, y pronto se encontró el nuevo Rey borracho de caricias de sus consejeros y del vino que fluyó como de un manantial.
Una de las últimas fiestas llevó al ministro a dar dos pasos de más en un barco, y nadie pudo rescatarlo del mar.
El luto que no guardó por su padre ni por su hermano se volcó en el Magistrado y los dioses fueron desterrados y su culto, abolido. El nuevo dios era el Rey, ahora sombrío y sanguinario.
No pudo quedarse mucho más. Los dioses hacían temblar la tierra. Debía salvarse.

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