-¿Sabes que la gente miente
cuando dice "Adiós"?
Ella siempre tenía una
palabra oportuna cuando se trataba de iniciar una polémica con su religiosa
madre.
-No quiero que comiences.
Quiero comer en paz y es mejor que comas en silencio. Si quieres pelear, ve con
los hippies de tus amigos.
-¿Hippies?
-Sí, tus locos amigos que
te están metiendo babosadas en la cabeza. Mi hija no se atrevía a cuestionar a
su madre, ni a la Iglesia, y ahora, hasta atea te volviste.
-Soy agnóstica, que es
distinto.
-Mientras no seas cristiana, no
sos ni mierda. Mirá que ya me hiciste decir una vulgaridad.
Para Beatriz, la rutina de
todas la mañanas. Muchas veces pensó en dejar de desayunar, o de hablar de lo
bonito del clima del verano o de las lluvias de la tarde, o de cualquier cosa
neutral, para evitar enojar a su madre, pero no podía dejar de meterse en
problemas. Simplemente no podía evitarlo: era sentarse y ya estaba peleando.
No sabía ni siquiera qué más
diría, para continuar con lo que había iniciado, pero ya el estado de guerra
era total. No era ya
necesario que dijera nada más.
En la universidad pasó callada,
en una banca de concreto, viendo gente pasar, y se cuestionaba si era necesario
hablar con las personas, o si en algún momento le haría falta tener una
verdadera conversación con algún ser humano. En las clases veía cómo sus
compañeros intentaban socializar en lugar de estudiar, y aunque no podía argüir
una superioridad estudiantil, porque prefería dibujar garabatos que su
subconsciente le dictaba, no consideraba una falta de respeto hacia el aburrido
docente dibujar, como sí era el hablar con el compañero de la par. Se dio
cuenta de que las redes sociales eran aburridas, después de que sus casi
trescientos "amigos" compartían y reenviaban los mismos memes, sin
que hubiera nadie con la originalidad necesaria para crear contenidos propios.
Cuando terminó de pensar en esto, ya había terminado la clase y un compañero la
veía con desesperación porque ella extendía las piernas hacia el frente y no
permitía a la fila fluir.
En el bus de vuelta todos los
que podían se quedaban atrapados en las pantallas de sus móviles y nadie vio a
la mujer que se subió, robó dinero y otros objetos en su paso por las filas,
hasta que bajó.
Estaba feliz de llegar a casa y
hablar con su madre. No había decidido si era mejor hablar del Papa, o de la
basura que dejaban los cucuruchos en las calles.
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