domingo, 8 de marzo de 2020

Guerra doméstica


-¿Sabes que la gente miente cuando dice "Adiós"?
Ella siempre tenía una palabra oportuna cuando se trataba de iniciar una polémica con su religiosa madre.
-No quiero que comiences. Quiero comer en paz y es mejor que comas en silencio. Si quieres pelear, ve con los hippies de tus amigos.
-¿Hippies?
-Sí, tus locos amigos que te están metiendo babosadas en la cabeza. Mi hija no se atrevía a cuestionar a su madre, ni a la Iglesia, y ahora, hasta atea te volviste.
-Soy agnóstica, que es distinto.
-Mientras no seas cristiana, no sos ni mierda. Mirá que ya me hiciste decir una vulgaridad.
Para Beatriz, la rutina de todas la mañanas. Muchas veces pensó en dejar de desayunar, o de hablar de lo bonito del clima del verano o de las lluvias de la tarde, o de cualquier cosa neutral, para evitar enojar a su madre, pero no podía dejar de meterse en problemas. Simplemente no podía evitarlo: era sentarse y ya estaba peleando.
No sabía ni siquiera qué más diría, para continuar con lo que había iniciado, pero ya el estado de guerra era total. No era ya necesario que dijera nada más.
En la universidad pasó callada, en una banca de concreto, viendo gente pasar, y se cuestionaba si era necesario hablar con las personas, o si en algún momento le haría falta tener una verdadera conversación con algún ser humano. En las clases veía cómo sus compañeros intentaban socializar en lugar de estudiar, y aunque no podía argüir una superioridad estudiantil, porque prefería dibujar garabatos que su subconsciente le dictaba, no consideraba una falta de respeto hacia el aburrido docente dibujar, como sí era el hablar con el compañero de la par. Se dio cuenta de que las redes sociales eran aburridas, después de que sus casi trescientos "amigos" compartían y reenviaban los mismos memes, sin que hubiera nadie con la originalidad necesaria para crear contenidos propios. Cuando terminó de pensar en esto, ya había terminado la clase y un compañero la veía con desesperación porque ella extendía las piernas hacia el frente y no permitía a la fila fluir.
En el bus de vuelta todos los que podían se quedaban atrapados en las pantallas de sus móviles y nadie vio a la mujer que se subió, robó dinero y otros objetos en su paso por las filas, hasta que bajó.
Estaba feliz de llegar a casa y hablar con su madre. No había decidido si era mejor hablar del Papa, o de la basura que dejaban los cucuruchos en las calles.

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