domingo, 8 de marzo de 2020

Pantanero

Pantanero

-¿Has encontrado una razón para esta locura?
No había ninguna, y cuando se iba más profundo en su mente no hallaba ninguna esperanza de detenerse.
-No podemos seguir así, simplemente es ilógico que nos internemos más. Nos alcanzarán.
Un par de días después encontraron los policías, flotando, lo que quedaba de un uniforme, y, sin demasiados rodeos, un dedo, que coincidía con el el segundo. No había más que eso, sólo un buzo suicida intentaría nadar en las aguas del pantano para buscar los cuerpos putrefactos de dos mal vivientes sin más oficio que atender mal una tienda de empeño de mala muerte, y que habían tenido la suerte de encontrarse a su víctima desesperada por un poco de dinero.
Con el dinero que obtendrían por las joyas robadas podían cambiar su vida para siempre, pero, en aquellas condiciones, no se tenía ninguna esperanza de encontrar lo robado en ese pantano.
-Haremos un rastreo rápido para descartar la fuga, pero es sólo rutina. Intentar encontrar huellas o signos de lucha para que salgamos de este maldito pantano con luz de día, no quiero que me sigan comiendo los zancudos, así que apresúrense.
Tal como lo esperaba, pronto llegaron a una lodosa saliente, en la cual uno a uno, varios cocodrilos lucharon con los ladrones hasta que las fuerzas para vencer a las bestias no fue suficiente. El barro evidenciaba el trabajo de los cocodrilos para llevar los cuerpos al agua, y, a juicio del inspector a cargo, era suficiente para cerrar el caso y regresar a la carretera antes que el silencio y la oscuridad fueran un verdadero peligro porque cuando una bestia come hombre le toma gusto a la carne humana, y él era grueso y carnoso.
Con las joyas perdidas y la evidencia de la muerte de los ladrones, no necesitaban más pruebas. Si alguien intentaba encontrar lo que de los cadáveres dejarían los cocodrilos, sólo sumaría alimentos a las reservas de los depredadores.
En la noche un hombre caminaba, apenas iluminado por una débil lámpara de mano, entre el pantano, con la tranquilidad que da la impunidad de la sangre ajena bien derramada y el dinero que nadie reclamaría. Ahora sólo debería permanecer oculto unos días y comenzaría a disfrutar de una vida de lujos, siempre que nadie se entrometiera y se cuestionara cómo un sucio y maloliente pantanero podía permitirse la vida que esperaba tener. Medio millón era más de lo que él vería junto en toda su miserable vida.
Ahora recordaba, en su refugio improvisado, cómo se tardaron los cocodrilos en aparecer en la orilla, cómo casi se descubría su plan, y no fue tan difícil lograr arrancar los dedos tatuados cuando imploraba por ayuda.

No hay comentarios:

Las fotos de la cajita

De vuelta al confinamiento. No había más qué hacer que esperar a que terminara la pandemia. La puerta de junto al baño la seguía hostigando,...