sábado, 11 de abril de 2020

Max


Después de empapelar cada poste y teléfono público en los alrededores había perdido toda esperanza. No podía reconocer que quizá sí tuviera razón su ex novio, pero no se arrepentía de cortarlo. Se atrevió a sugerir que, después de un mes, lo más seguro era que no volvería a ver a su perro, y que ahora debería comenzar a resignarse.
Luisa estaba sola en la habitación. Marcó, sin darse cuenta, el número de Paco y cortó de inmediato. Dos llamadas más y ahora dudaba contestarle. Tres llamadas después atendió.
--¿Lo hallaron?
--¿Qué?
--Si lo hallaron… a Max… vi que me marcaste.
--No. No me han dicho nada.
--Ya me había alegrado.
Luisa comenzó a buscar razones para finalizar la llamada, pero realmente necesitaba hablar con alguien, y Paco siempre tenía la palabra oportuna, o el silencio que ella quería para soltar todo lo que la oprimía, y ahora recordaba que el último mes pasó todo el tiempo libre que le dejaba el trabajo, buscando a Max, que le llevaba fotocopias del afiche de Max y que incluso tuvo la ridícula idea de hacer uno con letras de vaqueros y ofrecer recompensa con el mismo estilo. Calló demasiado tiempo. Paco insistía con un hola, estás ahí…
--Sí, solo estoy demasiado cansada.
--Has estado muy estresada. No es bueno.
--Paco. Ya sabes lo que pienso de todo esto.
--Gordita bella… perdón… Luisa… no me acostumbro, perdón. No voy a eso. Solo digo que estás muy estresada.
--Intentaré dormir. ¿Hablamos mañana?
--Sí, buenas noches.
Luisa decidió salir de las redes sociales para que Paco no creyera que seguía despierta. No quería aparecer conectada, y se dijo que no debería importarle, pero dejó el teléfono por un lado. En poco tiempo estaba durmiendo cruzada sobre el edredón.
Su mamá entró a la medianoche, la despertó y le ayudó a hacer la cama.
--También crees que no encontraré a Max… lo puedo ver.
En realidad, no podía reconocer que era lo más seguro, y esperaba que su madre la convenciera de su error.
--Lo encontraremos. Ya es medianoche, nena, si quieres tener energía mañana, debes dormir.
Recordaba eso. Cuando Ayudante de Santa murió le dijo lo mismo. Entonces tenía diez y el perro mestizo era marrón y flaco como el tonto perro de los Simpson. No, Max no podía estar muerto.
No tuvo noticias de Paco en tres días. Sí le hacía falta en las largas horas recorriendo calles en el carro gritando el nombre de su Max, pero, si no tenía tiempo para ella, bien por él.
El próximo domingo esperaba que su hermano tuviera tiempo para hacer una búsqueda por algunos parques. No le dijo nada para que no se negara. Solo esperó a las nueve. Bajó lista para caminar. Si no tenía compañía, iría sola.
--Luisa. Te tengo una noticia.
Paco, su mamá y su hermanita estaban en la sala.
--No. No quiero saber nada.
--Tenemos que afrontar esto.
--No, Paco. Mi Max está bien, asustado y perdido, pero lo encontraré.
--Lo encontré. Fue a dar a un albergue hace una semana. Ya está bien. Se recupera.
--Un albergue. ¿Está vivo? ¿Está bien?
Le mostró fotos de un perro que no era su Max. Parecía un estropajo de mecánica, estaba entablillado, desnutrido y casi muerto. Lloró y Paco no quiso acercarse. Fue su hermanita quien le dijo que estaba bien, que se recuperaba en una veterinaria, que Paco lo había encontrado y no le dijeron nada porque tres noches antes estuvo a punto de morir.
--¿Por qué? ¡Merecía saberlo!
--Fui yo quien tomó la decisión.
--Mamá. Debía estar con Max. Me viste buscándolo.
--Ahora está a salvo, sin riesgo. Sí, debías saberlo y le dije a Paco que si no había esperanza, te despedirías, pero, era mejor que no lo vieras sufrir.
Luisa abrazó a Paco y la llevaron al hospital veterinario.
--Maxi… ¿Por qué saliste? Estoy segura que te dejé en la casa. Travieso. Me has asustado.
La semana a cuenta de vacaciones de Paco terminó y llevaron a Max a terminar la recuperación en casa.
Mientras miraban a Max intentar caminar después de estar inmovilizado tanto tiempo, Luisa apretaba la mano de Paco.

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