viernes, 17 de enero de 2020

Comisario

En el despacho que ocupaba, antes elegante y lujoso, quedaba poco en orden. Lo confiscó para la Revolución y restituyó el saqueo. Trasladó su propia vida a ese despacho después del segundo día. Ser Comisario de la Revolución era demasiado trabajo para alguien que vivía fuera de la ciudad. Un par de milicianos cuidaban su casa y tenía la completa seguridad de que pondrían su vida en salvaguardarla.
-Señor Comisario, un hombre quiere verlo.
-Tengo demasiado trabajo, ¿Acaso no lo puede ver? -Señaló una alta columna de expedientes sobre una mesita para café, que casi caían al suelo.
-Dice que es de vida o muerte.
-Todo lo que yo tengo que ver es de vida o muerte. Dígale que regrese en otro momento.
Se sirvió una taza de café con doble dosis de grano en un recipiente realmente pequeño, mientras el ayudante se retiraba, dejando la puerta entreabierta. La cerradura aún no funcionaba y el último cerrajero que había llegado, para violar los archivos pagó cara su ineptitud; no esperaba a otro para que la reparara.
Cuando vio el expediente que seguía, el agudo dolor de cabeza que lo había acompañado desde la mañana se hizo más fuerte. Tenía ahora el poder de darle lo que se merecía, pero no se atrevía a escribir el nombre. Cerró la carpeta y la dejó en una gaveta.
Los siguientes casos eran más sencillos: no conocía a aquellos contrarrevolucionarios. Completó los formalismos con tranquilidad y pasó a cerrar los casos ejecutados aquella mañana.
-Haga venir a un cerrajero.
-Sí, señor Comisario.
El hombre no había conocido a su desafortunado antecesor, pero tres balazos en los dos archivos le recordaron en qué Comisariato estaba.
Instaló una moderna cerradura con mucha pericia y nadie podía adivinar que aquel despacho había sido abierto con una pistola.
Cenó aquella noche con su esposa.
-No quisiste atender a mi hermano.
-¿Llegó?
-Le dijo un miliciano que estabas ocupado.
-Sí estaba ocupado. Dile que llegue mañana. Haré tiempo para hablar con él apropiadamente.
-Ahora eres un hombre importante y poderoso.
Estas palabras se martillaron en su cabeza toda la noche. Sí que lo era y ahora no podía distraerse.
Su cuñado no llegó el siguiente día. Lo había esperado. Vació la gaveta. Llamó al mensajero mientras terminaba.
No llegaría más, todo estaba hecho. Todos perdieron la cabeza, estaba seguro. Él sólo era el Comisario, un instrumento de la Revolución.

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