lunes, 27 de enero de 2020

Éxito

Diversas ocupaciones me han tenido atrapado y no he podido actualizar el blog.

Gracias por su tiempo.

Las elecciones diarias no eran un problema. Siempre podría combinar sin dificultad su ropa, elegir las palabras para hablar con los clientes, encontrar la forma correcta de engañar a los incautos que se acercaran a él para conseguir un consejo de inversión, y salir beneficiado de los aciertos y errores de los demás, sin arriesgar su capital, que siempre crecía.
Era muy fácil verlo como lo que proyectaba: el éxito materializado en una persona, una familia ejemplar, un expediente sin mancha en todos los burós de inversión, las donaciones a la Iglesia, sus grandes negocios inmobiliarios que redituaban lo invertido con ganancias, y, como lo resaltaba la revista que lo colocó en la portada como el empresario de año, un hombre que venía de abajo, que había construido su imperio desde la más completa miseria, demostrando que cuando se tiene una mentalidad millonaria, se puede lograr cualquier cosa en el capitalismo.
¿Su mayor miedo? Era una pregunta interesante, pero más interesante sería preguntarse ¿Estaba dispuesto a contárselo a alguien? No supo responder rápido esa pregunta, y atinó pronto a quedar como un hombre de familia y de Dios, al poner una ambivalente: "Que la bendición del Señor se aleje de mi familia y me pruebe como a Job". Su asistente lo admiraba. Los demás grandes empresarios del país venían de familias adineradas, pero él era distinto.
Aquella noche se sintió mal. No podría jamás liberarse de la carga que llevaba hacía décadas. Sí, había ahorrado después de trabajar en la construcción en Estados Unidos, sí, también había conseguido más de lo que otros porque carecía de vicios; pero no podría confesar, nadie entendería que, a veces, un hombre debe hacer lo que debe hacer para conseguir sus metas, y que, aunque la frase no es de Maquiavelo, el fin sí justifica los medios.
Se lavó la cara con cuidado. Ahora lloraba como nunca lo había hecho, y debía tener un rostro lozano para su siguiente reunión.
No. No podría jamás revelar su secreto, porque nadie lo entendería jamás. Sólo le quedaba ahora un camino. Seguir usando la máscara del hombre de familia, trabajador, exitoso y buen cristiano, para continuar forjando el futuro que su familia merecía, y mientras no supieran su hijos lo que pagaba sus grandes oportunidades, era lo mejor que podía hacer. Ellos sí serían felices y no tendrían remordimientos que les quitaran la paz en las noches largas.

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