lunes, 27 de enero de 2020

Una almohada

Una almohada, donde habían dos. Hay soledades difíciles y distancias que no se pueden sobrellevar bien.

-Buenos días amor -el abrazo le venía muy bien. La noche había sido fría y no le gustaba sentir la soledad de una cama con una almohada.
Sirvió el desayuno y recogió los platos después, sin mucho ánimo, al ver el otro plato casi lleno. El gato se relamía los bigotes.
-Ya te daré tu comida, primero comerán papá y mamá.
El gato no le puso demasiada atención al concentrado y ella le justificó que hasta la noche pasaría al supermercado por las latas que le gustaban.
Fue un día pesado y casi no tuvo tiempo de hablar con nadie que no fueran clientes en la oficina, pero, últimamente se portaban muy mal con ella. Siempre la miraban mal, como si tuviera algo raro, y eso no le gustaba. Había aprendido a tener una sonrisa dibujada en su rostro siempre y era una máscara perfecta para la actual situación con sus compañeros.
La semana rutinaria y larga se convirtió en salir antes del amanecer para intentar no llegar tarde, comer poco y mal en una cafetería en que no confiaba, y regresar tarde. Cuando decidió aceptar ese trabajo en turno nocturno nadie la preparó para dormir sola. En cinco años compartiendo techo no habían estado tanto tiempo separados en la noche. Era claro que no la engañaría, pero, tampoco le gustaba su lejanía.
"Te he comprado tus dulces favoritos, para el frío de las noches fuera de casa. Espero que te recuerden lo mucho que me haces falta." Dejó una nota en la mañana, junto con unas flores. Ella creía que un hombre sí puede recibir unas dos o tres flores en ocasiones especiales, y aquel día se cumplían siete años de noviazgo.
Odiaba su trabajo... casi todos lo odian, pero ella realmente detestaba ir a trabajar. No quiso ir al trabajo aquel día y se vistió con la "sexy falda cincuentera", que le gustaba tanto, usó un lazo de satén en el cabello y se acomodó tan cerca como pudo.
-Mamá...  me asusta.
-Oh, Brenda, no te oí venir.
-Otra vez aquí. No es sano. No puedes venir al cementerio y dormir sobre su tumba. Mi hermano ya tiene casi cuarenta días y debes superarlo.
No dijo nada. Regresó a casa caminando lentamente.
Sus ojos no le engañaban, había otro par de zapatos al lado de su cama, pero... ¿vivía sola? ¿vivía? ¿sola? Nada tenía sentido ya.

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